Pese a su juventud, Joan Groizard (Palma, 1989) cumple estos días cuatro años al frente del Instituto para el Ahorro y la Diversificación de la Energía (IDAE), a donde llegó poco antes de la pandemia pusiese patas arriba el mundo y provocase —en última instancia— un acelerón en la transición hacia las renovables. Ingeniero en Energía y Medio Ambiente por la Universidad de Cambridge, atiende a EL PAÍS durante la última edición de Genera, el gran cónclave de las energías verdes en España.
Pregunta. Tras una ligera recuperación en el tramo final del año pasado, la demanda eléctrica vuelve a caer.
Respuesta. La foto final que tenemos es un mix nada transparente de varios factores que van en direcciones opuestas y que se acaban contaminando: la actividad económica y la electrificación [que aumentan la demanda]; y la eficiencia energética y el autoconsumo, que la deprimen. Estábamos acostumbrados a corregir por laboralidad y por temperaturas, pero ahora tenemos que hacer una monitorización más fina.
P. El consumo industrial sigue sin despegar.
R. Más allá de datos coyunturales, la tendencia estructural es positiva: estamos viendo apetito para conectarse a la red eléctrica española, porque aquí la electricidad va a ser más asequible. Hay motivos para el optimismo. Tanto la electrificación como el almacenamiento son las dos claves de esta legislatura.
P. Los datos de solicitudes de conexión a la red son escasos. ¿Hace falta más transparencia?
R. Sí. Una mayor transparencia llevaría a una mejor toma de decisiones por parte de todos los agentes. Igual que en generación, tiene que ser pública la capacidad que hay en cada nudo. Ya no vale que el primero que llegue obtenga el permiso para conectarse y se lo quede para siempre jamás: tiene que cumplir unos hitos. Es una indicación de que se están acumulando las solicitudes de [conexión para] consumo.
P. Hay riesgo de especulación, entonces.
R. En generación lo que vimos hace unos años es que había proyectos con vocación de desarrollar parques y operarlos, y otras solicitudes que obedecían a fines especulativos y que decían: “Yo consigo el permiso y luego ya veré que hago con él”. El incremento de solicitudes de demanda puede sugerir un cierto elemento así. Tiene sentido: España es un país atractivo para conectarse, porque la electricidad va a ser más barata gracias a las renovables y, cuando algo es atractivo, hay agentes que buscan oportunidades cortoplacistas. Queremos dar acceso al que presente un proyecto mejor, no al primero que lo pida.
P. ¿Por qué el despegue del coche eléctrico está siendo más lento en España?
R. Es algo multifactorial. En Noruega, que es el gran referente, la fiscalidad al coche fósil es tal que sale mucho más caro que uno eléctrico. ¿Cuál sería la reacción si el Gobierno plantease aquí una subida de los impuestos a los coches fósiles? Es un debate que sería interesante, al menos filosóficamente. En Portugal, la gasolina y el diésel son bastante más caros que en España. ¿Queremos encarecer los vehículos de combustión o la gasolina para acelerar esa señal?
En diciembre ya llegamos al 15% de matriculaciones de vehículos electrificados, superando al diésel. Si nos lo hubieran dicho hace cuatro años habríamos dicho: “jajaja, qué barbaridad”. Pues estamos ahí ya. La movilidad eléctrica en España ya es una realidad viable tanto logística como económicamente: con lo que te ahorras en gasolina y con las ayudas y deducciones, sale a cuenta. El gran reto es el de la toma de decisiones, que no son por criterios puramente racionales: en nuestro día a día no tomamos decisiones ni como empresas ni como centros de investigación.
P. Cree, entonces, que optar por un coche de combustión no es racional.
R. No es plenamente racional. En muchos casos, lo más racional sería comprar un vehículo eléctrico. Para quien tenga un coche por si acaso o para un viaje del año, quizá no. Pero en muchos casos, los más habituales en España, lo más racional sería comprarse un vehículo eléctrico.
P. ¿Defiende la vía noruega de penalizar fiscalmente el coche de combustión?
R. Para el contexto noruego de rentas y distancias, funciona. ¿Funcionaría en España? Tenemos que construir un modelo propio, no importarlo automáticamente. Uno de los grandes tabúes en España es, por desgracia, el de la fiscalidad: necesitamos que sea más verde y que quien contamine pague. Que dé las señales adecuadas, que sea socialmente progresiva y que no cargue la transición sobre las espaldas de quien no puede ni debe soportarlo.
P. ¿Aerotermia o gas renovable manteniendo las calderas actuales?
R. Las calderas fósiles pueden llegar a casi el 100% de eficiencia, mientras que las bombas de calor llegan a rendimientos del 200% o 300%: no hay comparativa. Los gases renovables tienen muchísimo sentido en usos difíciles de descarbonizar, pero sustituir gas fósil por biogás en todos los consumos no tiene sentido. Un mundo descarbonizado es un mundo en el que todos los usos que se pueden electrificar de forma eficiente son eléctricos.
P. El gran problema de la bomba de calor es su alto coste inicial.
R. Sí. Aunque, de nuevo, si miramos la vida útil completa, en muchos casos sale a cuenta. Hay muchísimo espacio para la financiación privada, porque son mejoras que se pagan por sí mismas: igual que una entidad financiera nos vende y nos financia maravillosamente un viaje, seguro que también puede financiarnos una bomba de calor, que sabe que podemos devolver porque vamos a ahorrar en la factura.
P. ¿Por qué no termina de despegar el biometano en España? Francia o Dinamarca están varios cuerpos por delante.
R. Hay un potencial enorme, pero hay que hacer una reflexión sobre cómo se paga. Es un debate que hay que tener esta legislatura: igual que hay unas obligaciones de biocarburantes en la gasolina y el diésel, ¿tiene que haber unas obligaciones de contribución al gas renovable o una prima para el biometano? Yo creo que tiene sentido, pero eso lo tiene que pagar alguien, así que incrementaría la factura del gas.
P. Es un debate, hoy por hoy, inexistente.
R. Me encantaría que pudiéramos tenerlo de forma sosegada, sin citar países latinoamericanos o repúblicas soviéticas extintas. Avanzaríamos mucho más rápido, tanto en el ámbito energético como en muchos otros.
P. El autoconsumo creció mucho en 2021 y 2022, pero el año pasado ha echado el freno.
R. 2022 fue excepcional: reactivación económica pospandemia, precios de la luz disparados, ayudas… No es un año estándar al que aspirar. Lo que queremos es un crecimiento sostenido y sostenible, no dientes de sierra.
P. ¿No le preocupa el frenazo, entonces?
R. Creo que es señal de maduración: no puede crecer a doble dígito cada año. Lo que me preocuparía es que tratásemos un ejercicio pico como uno normal. Quedan, literalmente, millones de tejados por cubrir y tenemos que tener perspectiva de futuro.
P. Hay grandes retrasos en la concesión de ayudas.
R. La gestión de estos fondos ha sido un reto para nosotros y para las comunidades autónomas. La gran mayoría de solicitudes van a recibir la ayuda, pero ya se ha cerrado la ventanilla. Para los fondos que puedan quedar vamos a buscar nichos en los que entendemos que más valor van a aportar, como el autoconsumo colectivo.
P. ¿Entiende el cabreo de quienes llevan hasta dos años esperando?
R. Entiendo la frustración ante trámites más largos de lo esperado. Las administraciones hemos sacado un proceso muy garantista, blindándonos contra prácticas irresponsables con los fondos públicos. Y eso significa que hay que pedir muchos papeles para dar un solo euro de ayudas.
P. Los ritmos de ejecución varían mucho entre unas comunidades y otras.
R. No toca pelearnos, toca trabajar juntos. Hemos publicado el estado de tramitación por comunidades para que, cada uno de nuestra en nuestra parcelita, seamos responsables de la parte que nos toca: las hay que están en el 60%, 70% u 80%… Y otras que están en el 5%, 10% o 15%. La otra cara de la moneda de la competencia fiscal a la baja por parte de algunas comunidades es que luego los proyectos no se tramitan todo lo rápido que nos gustaría. Si queremos una administración ágil, necesitamos recursos. Y eso se paga, como toda la vida, con una fiscalidad justa y adecuada. Va todo en el pack.
P. En algunos ámbitos del sector planea una cierta sombra de dudas sobre el futuro del hidrógeno. La AIE teme que solo el 7% de los proyectos anunciados acaben siendo realidad en 2030.
R. Estamos viviendo una transición acelerada: en 2020, en el primer PNIEC, el hidrógeno aparecía todavía de forma muy tímida; ahora, solo con una parte de lo que está encima de la mesa, llegamos a 11 gigavatios, siete más que en la hoja de ruta del hidrógeno. Como en todo lo que crece rápido, habrá proyectos más solventes, más maduros y otros que se hayan apuntado a la ola.
P. La próxima revolución es la de las baterías.
R. Sí. Tenemos todos los elementos: hay promotores; inversores: una necesidad por parte de los desarrolladores renovables, que van a tener que integrar mucha energía en la red; y consumidores industriales que quieren energía renovable justo cuando la necesitan. Tras las renovables, la siguiente gran avalancha va a ser la del almacenamiento.
P. Hay voces que critican el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) por “no realista”. ¿Qué les diría?
R. Hay quien nos dijo que el primer PNIEC tampoco era realista… Y muchos de aquellos agentes, en sus alegaciones para la actualización [del plan], nos han pedido más ambición porque algunas variables se han quedado cortas. Es técnica y económicamente viable.
P. En las últimas semanas ha irrumpido en el debate público el reciclaje de paneles solares y aerogeneradores. ¿Se está exagerando el problema?
R. Hay una doble vara de medir con el colectivo ecologista y las renovables, con exigencias que, a veces, incluso llegan al ámbito de la parodia. Cualquier desarrollo energético requiere una ubicación física y unos materiales. Lo fantástico de las energías verdes es que su materia prima también es, por definición, renovable: a las unidades de silicio, de acero o de fibra de vidrio no le prendes fuego como sí lo haces con el petróleo y el gas. Son materiales perfectamente reciclables. Todas las renovables son reciclables.
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